Todo empezó contra Temperley. Pusiste tu primer pie en el Monumental después de haber reemplazado ni más ni menos que a un tal Fernando Cavenaghi. Quizás ésa fue la primera gran señal de que podías ser alguien especial. De la noche a la mañana te conectaron y te transportaron como si fueras Keanu Reeves a una Matrix que era una semifinal de copa Libertadores. Y ahí caíste ante la primera gran parada brava de tu vida en River, jugando con una naturalidad que nos hacía sospechar que tu cabeza y tus calidades futbolísticas estaban muy por encima que las de cualquier otro ser humano.
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Te vi hacer llegar un rugido infernal a cada rincón de Asunción con una vaselina increíble. Te vi en el medio de la lluvia más hermosa de mi vida improvisar una contorsión circense para clavarla allá abajo. Te vi en la bombonera y en el Monumental gritarles un gol con toda la furia. Te vi en Japón regalarnos con tu cabeza una final del mundo. Te vi en Córdoba llevarte la pelota de una final a tu casa, para poder iniciar otro gran sueño continental. Te vi llevar a cabo esa maravilla constante de ser especialista en meter el primer gol, el más importante y tranquilizador, como mandan las leyes de cualquier gran goleador de equipo grande. Te vi, y me enamoré de un futbolista totalmente oportunista y decisivo, capáz de hacerme chocar con la claridad en los momentos que parecían más oscuros. Sos un verdadero elegido, Lucas, y yo un tremendo privilegiado por haberte podido disfrutar con la camiseta de River. Eso se agradece y se archiva en el corazón para siempre, y nada lo podrá mover de ahí.
Siempre que vuelvo a ver tu gol a Tigres me quedo paralizado en la imagen en la que estás arrodillado festejando, y aparece Vangioni con una sonrisa de locos y los ojos abiertos para meterte una cachetada cómplice, como diciendo “estás loco, pibe, es una locura lo que hiciste”, mientras vos le devolvés la sonrisa agradeciéndole el caño y el centro que te tiró. Y creo que tu paso por River se resume un poco en eso. En tu capacidad de concretar una locura hermosa tras otra para dejarnos con la boca abierta, por el hecho de gritar tus goles pero también por quedar maravillados e incrédulos ante cada prueba que fuiste superando. Por eso vas a ser irreemplazable, y duele tanto no tenerte en la parte decisiva de una copa en la que vos mismo nos ayudaste a creer que la gloria puede llegar a repetirse.
Pero donde hubo tanto amor también llegó a existir una dosis de dolor, porque debo confesarte que el final del cuento fue lastimoso. Innecesario. El nudo en la garganta por la angustia de saber que no ibas a estar más se mezcló con una dosis de bronca por el desarrollo de los acontecimientos. Sé que te llenaron la cabeza y que no pararon de manosearte todos los interesados en una tajada de tu pase. Sé que estás en todo tu derecho a irte, y no es eso lo que te voy a reprochar. Sé que no es fácil estar en tu cabeza, y sé que no fue tu culpa que la oferta haya aparecido en el cierre del libro. Sé que si dependiera solamente de tu persona nunca hubieses querido aprovecharte de River. Pero vos no supiste frenarlo a tiempo, Lucas, ni manejarlo acorde a toda esa humildad y generosidad que siempre mostraste hacia River. Fue una pena, porque siento que lo pudiste haber evitado. No te guardo rencor, pero no te voy a negar que me sentí un poco decepcionado. Es la única reprimenda que puedo hacerte desde que llegaste, y espero que en algún momento puedas rodearte de gente más sana para tu carrera.
Todo terminó también contra Temperley, parece mentira. En una noche de domingo ácida y difícil de digerir, y en medio de una de esas victorias que dejan gusto a nada. Sé feliz, Pipa. Si vos creíste convencido que en Alemania debe seguir el camino, yo solamente puedo desearte la mejor vida que puedas tener. Nos caíste del cielo y guardaste en nuestros cerebros momentos imborrables, y tenés todo lo necesario para volar hacia un techo infinito. Fueron dos años caminando juntos, y estuvieron llenos de magia y de una aventura gloriosa inolvidable.
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