El abracadabra de Cappa funcionó. ¡Y cómo! Convocó a los duendes y ángeles guardianes de River para vivir una noche plena de emoción y de magia. La gente cantó, la gente bailó, la gente volvió a sonreír. Cuando las brujas amenazaban, sin perder el estilo, recurrió a “los locos bajitos” prescindiendo del fortachón Canales. Mandó a la cancha al duende más esperado, el enano Buonanotte y, por abajo junto a Ferrari, Ortega, el Muñeco, Pereyra y Affranchino demostraron que el fútbol no pasa por una cuestión de talla y de peso, sino de calidad y confianza.
Esa varita mágica, su abracadabra, es el “abrepalabras” que le da un nombre a cada objeto inanimado. Futbolistas convertidos en siluetas de carne y hueso, absolutamente
bajoneados. Tiró tres o cuatro conceptos básicos sobre el juego y se metió en la cabeza del jugador de una manera tan potente que su mensaje les llegó hasta el alma. En 30 minutos, River ya había dado claro indicios de que era otro. Jugó en sesenta metros, asumiendo riesgos en defensa y muchas variantes en ataque.
El hechizo del contagio mostró filoso al Muñeco, desequilibrante al Tucu Pereyra, increíblemente enchufado al Burrito, monumental a Almeyda, infranqueables a Ferrero y Quiroga, y la vuelta de ese tractorcito que supo ser Ferrari. Sólo Barrado y Villagra no encontraron la sintonía. Mientras Canales sigue sufriendo el mal del goleador al que se le achica el arco. No obstante, el 0-1 de la primera etapa, el hincha despidió con aplausos al equipo. “Ir y venir, guiar y seguir, dar y tener, entrar y salir de fase, amar la trama más que el desenlace”(J.Drexler). Queda claro, según las palabras de Cappa, que no es que no importa el desenlace, sino que generalmente es afín a la trama que se va tejiendo. Claro, salvo que exista un referee como Lunati y se morfe una grosería como el agarrón al Burro en el área o una desatención de Villagra, como la del gol del Tomba.
Pero después, poco para reprochar. Y seguir buscando en la galera más trucos que sorprendan. Y sacar el conejo de Affranchino que tuvo una actuación consagratoria. Hasta que, cual Harry Potter recurrió al aprendiz de hechicero, ese Enano de cuento que se ocupó de instalarnos en el País de las Maravillas. Convenció de romper el maleficio de cinco partidos sin ganar, de minutos y minutos sin anotar, de no depender de un nueve de área, de resucitar un plantel anímicamente quebrado.
Y después sí, la gente que canta, la gente que danza, la gente que no se cansa. ¡Que gané River todo el año es carnaval y ooole! Carnaval de emoción, de arte, de confianza en los bajitos, en lo imprevisible del juego. Allí se quedaron revoleando remeras los duendes del Charro, de Walter, del Feo, de Ermindo, de Sívori, del Beto del Enzo, de Jota Jota, de Pinino, de Ramón, de Aimar y de Saviola, juntó a una hinchada que estuvo exaltante como hace rato no se veía. Cómo será que hasta el “abrepalabras” de Cappa reconoció que la emoción lo desbordó. Tanto es así que cuando salió River del tunel comenzó a caminar por la pista hacia el banco contrario. Fatiga Russo lo tomó del brazo y lo ubicó en su lugar. El que le ofreció Passarella y que anoche demostró no quedarle grande, para nada. Desde allí, tranquilamente siguió la primera función de su equipo, el que a Cappa y espada quiere sostener para recuperar la identidad histórica de River. Por todo esto. Esta alegría, por devolvernos el orgullo de ser de River, por Dieguito y por el futuro que ahora “se despliega como un atlas frente a un niño”.



