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Cavenaghi, el bagualero del gol

Cavenaghi, el bagualero del gol

pablo-desimone

Y un día, en Jujuy , volvió River. El mítico. El de la leyenda. Ese que tanto extrañábamos. Ese que toda la vida le puso música al fútbol. Volvió aquél que de tanto contar cuentos de fútbol se hizo cuento. Será recordado como el día del “poker de ases” de Cavenaghi. La tarde que el Cavegol guardó la luna bajó su camiseta. Que sus goles opacaron el colorido de postales inolvidables. Rojo y blanco en las tribunas, púrpura en el atardecer; de cielo, sol, cerro y nubes que se rompen en el horizonte. Allá atrás de la “ Tacita de plata”. Ese cofre que desde ayer inmortalizará el show de un goleador y esas joyas estampadas por “Fer”, para los coleccionistas de definiciones.

River y el Torito escribieron una página histórica en este tránsito de “volver a ser”. Tras una semana de meditación, el samurai Almeyda entendió que la métafora del River “frío” utilizada en su autocrítica contra Aldosivi exigía revisar estrategias. “Frio” fue sinónimo de “abulia”, y era necesario “sacar la espada” para ejecutar cambios profundos que modificaran la actitud y disposición de su plantel. Orden, actualidad de sus dirigidos y capacidad de maniobra se requería para un equipo de águilas con espíritu carroñero; y cuerdas fuertemente extendidas para que las flechas de sus arqueros dieran en el blanco. Lo logró. Su tercer ojo le dio la capacidad de discriminar y alcanzó -con sus cinco cambios- la agresividad y contundencia buscada. Acertó con Abecasis -y su claridad- para ser salida haciendo tándem con Sánchez. Lo mismo pasó con J.M. Díaz, que tiene mejor pie que Arano. El Funes Mori versión zaguero central le dio altura y velocidad en defensa. Cirigiliano ya es “su pequeño Buda” en cancha: otorga equilibrio como ninguno. Y la vuelta del Chori, de buen trabajo, posibilitó un entramado de mandalas geométricos en ataque. La rotación y la movilidad de Ocampos, Cavenaghi, Ríos y el mismo Domínguez, sin posiciones fijas, fue impecable. River jugó a pura sorpresa. De atrás hacia adelante. Sólo desentonó Chichizola en dos salidas en falso -la última derivó en el gol local-. El resto, impecable. Con actuaciones sobresalientes. Como las del Cavegol…

River machacó y machacó sobre el rival con aire de baguala. Antes del “fallido” de Lunati en el penal ya había hecho los merecimientos para estar en ventaja. Después, en la segunda etapa y tras el 2-0 –golazo con gambeta y pie abierto al segundo palo– quedó prácticamente conjurada la metamorfosis del lobizón jujeño. Nunca apareció. Entonces cada pelota que pasaba de tres cuartos de cancha hacia adelante parecía tener destino de caja y ruido seco de instrumento que golpea en la red. No hubo más goles porque el destino quiso que fuera la tarde del Torito. Que una vez de taco, y otra con amague y toque a la izquierda del arquero del Lobo, se convirtió en “el bagualero del gol”. Se hizo cargo de su ascendencia en el grupo. Se concentró en sus versos. En ese estilo que suena a rezo, un ruego para que nuestros dioses originales no nos abandonen ni nos castiguen por fiacas o por impericia. Con orgullo se volvió a gritar. Vieron que “esto es River”. Volvió el hincha del pecho inflado. La sonrisa de los pibes de medio país que contagió el cañonero desbordante de felicidad, con sus ojos clavados en esos cuatros dedos en señal de incredulidad.

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