Caruso pidió la postergación del clásico. No quería jugar. Sentía que las medidas de intervención de la AFIP lo perjudicaban desproporcionadamente. Lloró de antemano, como es su costumbre. Sin embargo, eran Stracqualursi versus Bottinelli. Empate. El mismo resultado que se dio en la cancha. Pero allí, obligado a jugar, se dio el gusto. Consiguió un miserable resultado para un equipo ¿grande? Tan pobre, que en la lucha por el descenso sumó sólo 0.33 contra 1 de River. ¿Qué ganó? Ganó en el miedo a perder. Porque San Lorenzo salió a no jugar y a arrastrar a su rival a su terreno.
Fricción, lucha, destrucción. Claro que contó con la complicidad de un River que manejó bien la pelota durante un rato largo del primer tiempo y tuvo la iniciativa en los últimos veinte del complemento, pero que careció de profundidad. Le faltó chispa. No encontró nunca la luz de la creación, ni la precisión y movilidad, que pudiera quebrar el laberíntico 4-4-2 que plantó “el señor no juego”. Asignatura pendiente para Almeyda y cualquier técnico: hallar los espacios de local, donde la mayoría de sus rivales vienen a refugiarse y ver qué pasa. Otra vez, no se encontró la llave contra esos sistemas.
Es cierto, no hay un Messi a la vuelta de la esquina que te hace dos goles en cuatro minutos -como al Osasuna- y rompe todos los esquemas. Pero sí hay premisas que respetar. Hacer ancha la cancha para abrir tantas puertas que se abren y se van cerrando, ante tanto escalonamiento en la marca. Por izquierda no hay salida ni sorpresa. Menos si no ubica un volante o defensor con pierna hábil por ese sector. A Ramiro Funes Mori le quema la pelota con la cancha cambiada. Y por derecha, lo mejorcito, Mercado y Sánchez todavía acusan falta de sincronización. Ponzio y Cirigliano tuvieron mucho el balón, y el primero fue figura por “rebeldía” y actitud. Metió dos remates de gol. Escapó al libreto, cuando lo que se necesita es que Lanzini vaya asumiendo ese rol.
Las dos torres de adelante fueron casi siempre anticipados. Y a Trezeguet se lo notó como si no estuviera totalmente recuperado. Más lejos de la definición que de costumbre. Un ejemplo: un desborde de Rogelio, el mellizo, en el complemento por izquierda al que el francés llegó tarde para empujarla. De todos modos, el ingreso de Villalva siempre es una carta transgresora. Y River volvió a tomar las riendas cuando el “Keko” junto a Cazares -algo livianito- metieron algún enganche o una gambeta ante una defensa acerada.
Caruso tiene en Migliore el arquero ideal. El que mejor le maneja los libretos. Es el “numen” en cancha del antifútbol que el técnico propone. Se autolesiona, hace tiempo cien veces, se hace el distraído. Se robó mucho más que cuatro minutos de alargue. Y Delfino lo amonestó para la tribuna. Jamás pensó en echarlo. Después, doble linea de cuatro. Dos centrales fuertes y sacadores. Otros tantos autitos chocadores en el medio con Buffarini como “medio scrum”. Sin dudas, el mejor del Ciclón en esa línea. Y arriba Jara contra el mundo. Que casi acierta el prode en una contra. Y Ahí sí. Si Caruso te emboca, se olvida de todo. Y hace escuela de lo estratégico, de su planificación maestra, de los tiempos del partido, de la enjundia de su equipo. En fin, toda su “sarasa”.
La tarde noche del domingo pareció que la AFIP también se hubiese quedado con los CBU del fútbol creativo. Y lo real es que “enhorabuena” se metió con las triangulaciones. Lo que nadie creía es que el buen juego iba a caer en “triángulo de las Bermudas”. Era un clásico, entre un grande –River- y otro que ya parece un ex. Lo dijo el actor sanlorencista Viggo Mortensen –el Señor de los Anillos-: “Caruso no tiene grandeza”. ¿Y vos qué película buena hiciste? –irrespetuoso le replicó el petiso-. Una institución que tuvo a “los carasucias” y a “los matadores” y hoy festeja empates. De no creer…
Menos que River no encuentre la fórmula para desenmascarar a estos tartufos, que no creen que el fútbol es un espectáculo artístico. No sólo una pasión. Lo dice la historia de River, esa que se vio en la previa en las pantallas del estadio. Fuente inagotable de talentos. De jugadores fantásticos. Con o sin anillos. Almeyda los conoció y debe insistir en su búsqueda.
El hincha de River tiene clara su identidad y su gusto. No hace falta que nos pregunten: ¿De qué barrio sos? Nuestro CBU aclara: De Núñez, de donde salieron los más grandes cracks de la Argentina. ¿Queda claro?



