Adición por sustracción es un concepto que suele aplicarse en la NBA. Se recurre a esa etiqueta cuando los equipos exploran una etapa de reconstrucción o necesitan atravesar y subsistir a una crisis. Se suele utilizar cuando las franquicias apuestan a sacarse de encima contratos nocivos, concluir ciclos o rebajar la cantidad de minutos de jugadores que no cumplieron con las expectativas. También para brindar espacio a sus jóvenes promesas.
Muchas veces, esos conjuntos remontan y crecen exponencialmente (incluso dentro de una misma temporada) y no por refuerzos, sino por hacerle lugar a lo que se viene y por volver a situarse en ideas más lógicas y acordes a las características del plantel. La síntesis es que uno gana esencialmente por lo que deja de hacer o por prescindir de algo o de alguien. Se establece el saludable criterio de priorizar el nivel por sobre el currículum o la simpatía. Se refresca y encuentran soluciones, o al menos pistas para mejorar. Podríamos decir, entonces, que River dibujó su versión más brillante del segundo ciclo Gallardo, en parte, por eso de la “adición por sustracción”.
No se puede dejar de lado el factor mental propio. El despabilar la ambición y enterrar vergüenzas. No por perder una copa nacional tirada de los pelos, sino por el cómo y el lastre previo. Tampoco se pueden soslayar virtudes y defectos del rival, pero anclemos en lo que significaron presencias, ausencias, funciones y convivencias de un River que, más allá de vencer a Atlético Tucumán, lo sometió, intentó 38 remates al arco (récord para cualquier equipo en el certamen) y, por sobre todas las cosas, jugó bien. Una suerte de mini reseteo dentro de 2025.

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MENOS SIMÓN, ES UN RIVER CON MÁS JUEGO Y VORACIDAD
Tan imprescindible como la presencia de Aliendro. River pasó de un futbolista inexpresivo, sin llegada al gol, sin juego aéreo en ataque y en defensa y sin pelota parada, al cual (me sumo) se le sobrevaloró durante mucho tiempo dar pases de 5 metros al pie, por otro que se tira de cabeza cuando la pierde, que trata de tocar y pasar y de alimentar cada circuito creativo y que pisa el área. Ante Atlético Tucumán, Aliendro aterrizó más veces en la zona de fuego rival que Simón en todo el año. El constraste es evidente. Lo que pone un stop a la ilusión es la edad de Rodrigo y su frecuencia de lesiones. Y que en esa zona del campo también hay muchos que superan los 30 y pasan mucho tiempo en kinesiología.

Rodrigo Aliendro fue una de las figuras en el triunfo de River sobre Atlético Tucumán. (Foto: LPM).
Simón toca y se queda. Muchas veces, incluso, detrás de la línea de la pelota cuando hay espacio para perforar. Aliendro, en cambio, invita. Se muestra, incentiva a unirse, a conectar con un idioma futbolero que mejora al equipo. De las estadísticas del partido (gracias a Opta por suministrarlas) se desprende esa sintonía fina entre Meza, el ex Colón, Mastantuono – y hasta Colidio- como en ningún encuentro de los que haya participado Simón durante este año. Los mapas de calor entre Rodrigo y Santiago completan el día y la noche. Encima, Simón intentó mostrar lo que no es, se pasó de rosca, se fue expulsado y complicó el cierre de un partido que River mereció sellar por goleada.
Cuando Aliendro está en posición de remate, hace lo que pide la jugada, aunque falle. Simón, en cambio, abre el pie cada vez que tiene una chance, como si la delicadeza o la elegancia fueran un manual de estilo que ignora la necesidad y la mejor manera de definir.
No es casualidad que lo mejor de River en la segunda etapa de Gallardo se haya visto anoche cuando Aliendro, Meza y Mastantuono se encontraron varias veces formando un tríangulo en menos de 20 metros. Eso se llama empatía futbolera. Y son aspectos que mejoran la dinámica en todo sentido, el colectivo y también las individualidades, potenciándolas a través de sociedades. Aliendro también releva mejor que Simón. No es tan distraído en el retroceso. Lo supera en todas las facetas del juego. No es la única explicación a la función de anoche, pero es parte clave del guion.

Mastantuono fue otro de los puntos altos del Millonario ante Atlético Tucumán.
Como marcamos en una columna anterior, Simón tiene 6 goles en casi 150 partidos. River es elite. No puede ofrecerle la titularidad casi que sin “peros” a un futbolista con ese promedio de gol y que además no aporta nada sustancial. Galoppo no luce las variantes de Aliendro, pero pisa el área. Los minutos para esa función se los deberían repartir entre ellos, más Meza y Rojas (a la Nacho Fernández en sus mejores años) en situaciones puntuales de los encuentros. River es mejor sin Simón. Menos Simón es más River.
MENOS COLIDIO A LOS COSTADOS ES UN MEJOR COLIDIO
Colidio es otro futbolista asociativo. Es un 9 con cosas de enganche. Le gusta entrar y salir, rotar con otro 9. Así la rompiá en las inferiores del rival de toda la vida, cuando se lo llevó Inter, y así la descosió en Tigre con Retegui. Cuando juega cerca de Borja, crecen ambos. Se duplica el nivel de atención del rival. Ya habían demostrado convivencia positiva. Contra Atlético Tucumán, ambos pudieron haber marcado dos o tres goles. Uno es anzuelo y el otro amenaza. Se pareció al 5-0 contra Vélez, solamente distinto por contundencia. Cuando ellos mezclan, los volantes respaldan y los laterales escalan con determinación, River pisa el área con mucha más gente. No es fortuito que el equipo haya llegado tantas veces y haya intentado tanto.
La función y la zona de influencia de Colidio (más un Gallardo menos intervencionista en ataque y ofreciendo más libertades de movimientos) le permitió a Mastantuono disfrutar de un socio para jugar en corto y hacia adelante y también otra línea de pase vertical. Incluso, y se vio varias veces, el tener dos jugadores por delante en varios tramos del cotejo le permitió a Franco buscar el remate porque sus compañeros le fabricaron pasillos arrastrando marcas.
La jugada del gol es una muestra saludable de lo que sucede cuando se potencia la convivencia de jugadores con un mismo sentir, en pocos metros y con un ordenamiento a partir de la pelota, y no de posiciones fijas y distantes, menos en un fútbol argentino en el cual todos muerden.
Cuando Colidio se instala sobre la izquierda, sea en juego pausado o saltando líneas, Borja es más fácil de contener para los rivales y generalmente se encuentra en desventaja númerica. Si sucede lo del domingo, incluso de contra, Borja puede utilizar su potencia como en la primera llegada del partido, la que derivó en una gran gestión del colombiano para el cabezazo de Colidio, o mismo en esa maniobra dentro del área en la cual ganó por esfuerzo físico y tapó Durso.
MENOS EXTREMOS ES MÁS FLUIDEZ (Y MENOS PREVISIBILIDAD ES MÁS CHANCES DE GOL)
No estoy en contra de los extremos. Todos los sistemas sirven, de lo contrario existiría solamente uno. El tema es la relación entre las características de los intérpretes, las ideas y el dibujo (y lo que puede y no puede hacer el rival, claro está). River no tiene wines genuinos, salvo Subiabre, que en sus primeros pasos en inferiores incluso fue 9. Por ende, disponer de esa distribución volvió al equipo, con Gallardo y con Demichelis, tan previsible como poco profundo. Lo encaminó a confundir tirar pelotazos con ser vertical. Y precisión siempre va a matar a velocidad. De nada te sirve ahorrar pases e ir a 200 por hora si es para chocar. Un equipo puede ser intenso y voraz y, a la vez, intentar fluir desde el atrevimiento y la asociación en corto. El objetivo es que esos pases tengan sentido. River venía alternando juego espeso, denso y anunciado con pelotazos sin lucidez y centros a la marchanta.
El domingo, el Más Grande fluyó. Se agrupó a favor del pase. Toco y pasó. Se comunicó. Los laterales pudieron ser profundos al espacio y también por sociedades y triangulaciones. Volvió la bendita pared propia para tirar abajo muros del adversario. Si Acuña registró más presencia en campo rival fue, en parte, porque: 1. No tuvo que escalar 50-60 metros y fundirse en el camino. 2. Porque no tuvo un extremo por delante que lo tapara. 3. Porque lo alimentaron los mediocampistas y él pudo sumarse al circuito a partir de los parámetros que hoy le ofrece su estado físico. No es lo mismo, para este Acuña, tener que superar en potencia a un par de rivales o quemarse en 2-3 piques a ser el último o penúltimo pase de una elaboración de Meza, Aliendro, Mastantuono y Colidio.
Montiel no debió someterse siempre a piques extraordinarios, sino que pudo vincularse con Aliendro y Mastantuono. Incluso con Colidio y un par de veces con Meza. Todos los jugadores de campo de River, salvo Kranevitter, tuvieron un intento de remate o llegaron a posición de gol según los datos de Opta. Nadie ignora otra gran noche de Armani, pero si la ecuación es 4 chances para el rival y 20 para River, se firma.
MENOS LANZINI ES MÁS MASTANTUONO (Y ESO ES MÁS JUEGO, SIEMPRE Y CUANDO SE LO RODEE BIEN)
Mastantuono siente ser eje. La intuición forma parte de su juego. Ese también es un tipo de liderazgo. Si vive estacionado sobre un lateral, el rival lo absorbe. La raya, a veces, no se tranforma en un elemento que ordene a un valor joven, sino en una piedra en el zapato, una barrera. Para Mastantuono es mejor aparecer que estar. Es menos obvio para el rival. Cuando cae en esa zona, sorprende. Cuando vive ahí, se limita y limita al equipo. River necesita que el menú de Mastantuono se lo más amplio posible y que él se vaya dando cuenta de cómo, por dónde y ante quién hace más daño.
No dar pistas no solo desconcierta al rival, sino que estimula a que la propia estructura vaya incorporando y asimilando experiencias de juego. Ahora bien, toda esa plataforma conceptual no sirve de nada si los otros intérpretes del mediocampo no se acercan a dialogar. Lo mismo con, al menos, uno de los puntas. No es ninguna experiencia novedosa. Varios River de Gallardo, especialmente el tramo 2018-19, manejaron esos recursos casi que a la perfección.
Mastantuono, de quien no hay que olvidarse de que tiene solamente 17 años, no puede resolver todo por su cuenta. Va a sufrir altos y bajos. Es lógica pura. Y es allí cuando tienen que aparecer los comodines creativos. Si River juega con extremos fijos, o con mediocampistas que no pisan el área, no habrá buen Mastantuono que alcance. No son solamente sus virtudes, sino que el equipo le ofrezca las mejores herramientas y entornos para utilizarlas. Y eso lleva implícito nombres y apellidos y características de sus compañeros.
Mastantuono, hoy por hoy, ofrece pelota parada y llegada al arco rival, activos fundamentales. El zurdo debe mejorar su cuota goleadora, pero es ostensiblemente superior a la de Lanzini, que marcó un solo tanto desde su regreso. Franco no tiene miedo de rematar. No lo vuelve loco lo que un error en tres cuartos de cancha le ofrezca como “vuelto”. Lo que aún debe trabajar es la sensibilidad en el último pase. Muchas veces le pone demasiada energía. Esa mejora se va a producir no solo por minutos de juego, sino por acostumbrarse a convivir con los mismos jugadores (conocimiento) y a sentir la obligación (que claramente le gusta) de ser eje del equipo y no esperar siempre la pelota en un costado.
BONUS TRACK: EL JUEGO Y LA PACIENCIA
Algunos, no tan jóvenes, recordarán un River 0 – Nueva Chicago 0 en el Monumental. El Millo mereció ganar 5-0. El arquero rival, el paraguayo César Velázquez, fue calificado con 10 por todos los medios. El equipo se fue aplaudido. Casi que una ovación de pie. Y River no había ganado. Algo similar ocurrió en un partido contra Gimnasia en el cual Olave fue una mezcla de Amadeo y Yashin. Eso también es River: queja con sentido. El hincha reclama cuando desde adentro no hay respuestas. Lo que el hincha manifestó antes del cotejo ante Atlético Tucumán fue hartazgo por más de 30 partidos, no histeria sin sentido o el capricho como resorte y respuesta fácil.
Ante Atlético Tucumán, River encadenó su primera etapa número 11 sin marcar goles. Pese al estado de ánimo en la previa, ni siquiera hizo cosquillas en el entretiempo ¿La razón? Nadie, en su sano juicio, y a la hora de desglosar, podía ofrecer ese dato (en la platea, en la tribuna o en casa, o desde un medio) sin detallar que había visto el mejor primer tiempo en muchos meses y que River mereció irse al vestuario mínimo 2-0 ¿Qué es eso? El cómo. Y River entero (directos técnicos, jugadores, hinchas y dirigentes) no deben prescindir nunca del cómo, ni en buenos, ni en malos momentos.
Tal como se estableció en una columna anterior, tiene mucho más sentido reclamarle a Borja su falta de contundencia que su falta de juego. Machacar cuando desperdicia chances a cuando el equipo no se las fabrica. Y, a su vez, duele menos criticarle a River su falta de eficacia que no dar bien dos pases seguidos. Los puntos de partida y contextos son muy diferentes y los niveles de preocupación también. Una especie de posdata anticipada: Borja falló claramente en la definición, pero presionó como nunca y se cansó de marcar línea de pase y arrastrar defensores para que surgieran espacios para sus compañeros. Las dos cosas.
Nadie va a ignorar a la efectividad como un factor clave, pero el análisis futbolero se nutre de muchos casilleros más. A uno no se lo debe ignorar nunca: el contexto. River jugó bien. Y esa respuesta hubiera sido la misma si el partido contra Atlético Tucumán finalizaba sin goles. Es probable que el equipo siga siendo irregular, pero está claro cuál es el camino. La gente reclamará si lo que observa se parece a lo que vimos en la gran mayoría de los partidos previos al domingo. Si River enlaza funciones interesantes por volumen de juego y llegadas, la base de las discusión será la contundencia o algún nombre propio. Y es mucho mejor eso que nutrir charlas y análisis de pobres funcionamientos y rendimientos. Ojalá que esta victoria, más que 3 puntos, se constituya en un gran punto de partida sostenible en el tiempo.





