Las noticias, objetivamente, indican que la final de Copa Libertadores se jugará en Madrid y que River fue sancionado con 400.000 dólares por el Tribunal de Disciplina (además de jugar los dos próximos compromisos coperos a puertas cerradas, a partir de 2019). Sin embargo, si esta pena comienza a tener vigencia el año próximo, ¿por qué tenemos que ver cómo el partido que soñamos tener en el Monumental se lleva a cabo en el Santiago Bernabéu?

Inmediatamente, con esta situación, nos damos cuenta que a River le otorgaronuna sanción “invisible”. Y ponemos invisible entre comillas porque está a las claras que el Millonario fue claramente perjudicado por un capricho del Presidente de Conmebol, Alejandro Domínguez.

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La idea y la insistencia por jugar el partido de la Copa Libertadores de AMÉRICA en EUROPA fue de Domínguez, y con su afán de demostrarle al mundo entero que su idea de imponer una sede neutral para el certamen puede llevarse a cabo sin problemas se olvidó de que la ida fue en cancha de Boca y sólo con presencia del público xeneize.

Con todos estos ingredientes, sumados a la actuación desmedida y el papel de victimización por parte de Boca, Conmebol impuso su capricho de sacar a River de su casa, invalidar todas las entradas de los fanáticos que las adquirieron ansiando ver a su querido club en búsqueda de la cuarta Libertadores de su historia y exponerlos a una desigualdad deportiva que no tiene precedentes en la historia del fútbol sudamericano.