River estaba llevando bien el partido, pero en apenas tres minutos perdió la brújula y cayó 0-2 en el Superclásico. Hay mucho para corregir de cara al jueves, cuando en el Monumental haya que sacar una ventaja por los octavos de final de la Copa Libertadores de América.

¿Por dónde conviene empezar? ¿Cuál es la manera de hacer un borrón y cuenta nueva desde lo meramente futbolístico? Está claro que Marcelo Gallardo necesita ajustar varias tuercas para sacar adelante a sus dirigidos. Porque si bien es cierto que el Millonario se encontraba lejos de sufrir cuando llegó la ráfaga devastadora entre los 38 y 41 minutos del segundo tiempo, tampoco se vio a un River de funcionamiento parejo, excepto en en el inicio de la etapa mencionada.

La realidad indica que El Más Grande se fue dos tantos abajo. Exagerado, sin dudas, pero nada casual en materia de situaciones puntuales. Es que abajo concedió varias facilidades en lo individual. Leonel Vangioni potenció la imagen preocupante que dio en los compromisos anteriores, mientras que Emanuel Mammana -zaguero devenido en lateral derecho para la ocasión- exhibió una tarea irregular, que de ninguna manera brindó ciertas garantías.

El principio fue complicado. Tras un tiro apenas desviado de Rodrigo Mora, la reacción sacudió el arco propio. Primero, Marcelo Barovero evitó que una equivocación gigante concluyera con el saque desde el medio. En menos de 120 segundos, el poste derecho le negó el grito a Daniel Osvaldo, que aprovechó una serie de rebotes. Y, minutos después, como si fuera poco hubo una acción que casi culmina en gol en contra de Germán Pezzella y un remate muy cercano de Andrés Chávez.

River jugaba de contra, obligado por las circunstancias. El funcionamiento local era superior. Sin embargo, con espacios, la esperanza de desequilibrar existía. Teófilo Gutiérrez definió incómodo por arriba, luego de una buena maniobra de Mora, que intentó también de tiro libre. Más allá de dichas jugadas, la de mayor claridad fue una réplica en la que Sebastián Driussi, que actuó como enganche, profundizó para que el colombiano le dejara el tiro de frente a Carlos Sánchez: travesaño.

Por lo general, el partido fue luchado. Como era de esperar, teniendo en cuenta que estaba en juego la punta y el condicionamiento psicológico para el futuro inmediato, hubo fricción. El nerviosismo copó el escenario. En ese contexto, River fue inferior. El único tramo favorable sucedió en el primer cuarto de hora del segundo tiempo. Mora encabezó los ataques principales, Ariel Rojas podría haber lastimado y Matías Kranevitter se hizo dueño en el medio. No alcanzó para ponerse en ventaja.

La paridad ganó terreno. Parecía que lo mejor de cada equipo había quedado atrás. El 0-0 no era el resultado deseado por el Muñeco, pero tampoco estaba mal visto en términos estratégicos: River permanecía arriba, estiraba su racha en superclásicos oficiales y dejaba en claro que podía sumar como visitante frente a su eterno rival. Hasta que dos avances torcieron el rumbo. Los cambios le surtieron efecto a Rodolfo Arruabarrena. Cristian Pavón y Pablo Pérez sepultaron la posibilidad de llevarse un punto. Pero, peor aún, causaron un golpe. Hay que asimilarlo. “Hay que tener bronca positiva”, como dijo Gallardo. Y, sobre todo, sed de revencha. El que ríe último, ríe mejor.

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