Te vi. Los pocos plateístas que quedaban en la Bombonera también te vieron. La cuatro en la espalda. Subiste como un rayo por banda derecha. Amagaste el centro y la clavaste al primer palo. Godoy Cruz cuatro, Boca sólo uno, sobre la hora. Te vi, hiciste un golazo, muchos en la cancha se lo perdieron porque les arrancaba la novela o se habían dejado el pollo en el horno o simplemente no tenían más ganas de apoyar a su equipo con la derrota juzgada. Creo que antes y después sucedió lo mismo en esa plaza. Y que seguirá sucediendo. Pero ahí fue que te vi, y estafaste a Javi García y estafaste a Insaurralde y juntabas margaritas del mantel.

Mi primera reacción fue reírme de la desgracia ajena, la del Boca de Falcioni, porque eso es lo que nos gusta hacer. Ésa es nuestra droga: la desgracia ajena. Pero yo te había visto. Pasaron las risas y quedó esa imagen. Un spoiler de lo que se venía, acaso. “Juega bien el negro ése”. Sí, juega bien. Por suerte no sólo yo lo vi, por suerte alguien lo trajo a River, acaso un poco de pedo, porque por esos momentos en River nadie sabía mucho sobre nada. Por suerte alguien lo trajo, pero por suerte Marcelo Gallardo en las sombras también lo había visto. Por suerte había notado que Carlos Sánchez era el fenómeno que es y no el autito chocador que debió exiliarse lógicamente al fútbol mexicano para que el club ganara un cupo de extranjero.

Por suerte Gallardo sabía que Sánchez podía ser Sanchezcoli, como dice un amigo, que había un ídolo en estado de latencia en el uruguayo ése. Por suerte lo recuperó y más que eso también, por suerte le puso la capa de superhéroe. Por suerte hoy a Sánchez se le está por terminar el contrato y eso a nosotros nos deja pelados, nos desespera, una tragedia: podía habernos chupado un huevo. Pero no, es un faquin drama porque Sánchez es el símbolo de este equipo, el que corre y piensa y corre y piensa y corre un poco más. Y cómo corre, además: es Ussain Bolt con yerba mate Canarias, Ussain Bó. Te querés matar, conejito de Duracell: el tipo tiene más aguante que vos. Y juega veintiocho partidos en veinte días y está como si nada, y juega en la altura de Quito y está como si nada y después en la de La Paz y está como si nada y próximamente jugará en la cumbre del Himalaya y estará como si nada. Así como lo ves, estampa de tortura ninja, Carlos Sánchez mejora la raza humana.

Pero, parece, lamentablemente, que no deja de ser hombre. Y hay que aceptarlo. Hay que aceptar que es humano y que vive en este mundo y que es profesional y que esto se juega por guita guita guita y un poquito por amor pero mucho más por guita guita guita guita y que hay otros clubes en otros países donde Sánchez es un total desconocido que están dispuestos a pagarle ochocientas veces más de lo que gana acá. Aceptemos que es humano y que lo más probable es que quiera hacer una diferencia económica que River, su lugar en el mundo, no puede darle ni por asomo. Aceptémoslo y disfrutemos sus últimas funciones y recordemos todos sus goles que valieron títulos, ese penal a Boca que los dejó afuera de otra Copa, ese penal que validó un abismo de distancia entre un equipo y otro, un abismo tal que ni siquiera quisieron terminar el partido de vuelta. Recordemos ese penal, y el de la final contra Tigres, y los goles de la Recopa a San Lorenzo y si estás medio al pedo también ponele play al de la Suruga.

Te vi. Te vi hacer todo eso y ahora no lo puedo creer. Gracias, Negro, sos libre de hacer lo que quieras. Pero no te vayas a ningún lado.

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