Hoy se cumplen tres años de la asunción del Muñeco como técnico de River, tras la inesperada renuncia de Ramón Díaz. Con un desafío enorme ante la salida del Pelado, Marcelo potenció al plantel y lo llevó a la instancia más importante del fútbol mundial hasta transformarse en ídolo indiscutido.

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El 15 de mayo de 2010 fue una fecha demasiado triste para River. Además de un histórico 1-5 en el estadio Monumental frente a Tigre, Marcelo Gallardo no pudo ingresar desde el banco de suplentes y se despidió sin pisar el verde césped. Dueño de un gran talento, el hombre surgido de las Divisiones Inferiores se tuvo que ir de la peor manera para retirarse posteriormente en Nacional de Montevideo, donde también inició su carrera como entrenador una temporada después. Ganador de un título local, vencedor en los superclásicos charrúas contra Peñarol y de flojo papel en las copas internacionales, Gallardo se tomó dos años para alternar descanso con aprendizaje luego de la experiencia en Uruguay. Armó un cuerpo técnico altamente profesional, de enorme jerarquía, viajó a Europa para observar en detalle distintos métodos y, cuando regresó a la Argentina, estuvo a pocos kilómetros de asumir en Newell’s Old Boys. Un llamado de Enzo Francescoli alteró el mapa para siempre.

Tras la inesperada renuncia de un gigante ganador y carimástico como Ramón Díaz, ningún nombre era lo suficientemente pesado para cargar la herencia con más para perder que para ganar. Sin embargo, Marcelo Gallardo aceptó el reto. Multicampeón como enganche de River, fue un jugador querido, pero a cargo del Más Grande se convirtió en uno de los mayores ídolos de la historia. “Asumí un gran desafío y no lo quiero desaprovechar”, expresó en su primera conferencia, sin haber dirigido una práctica.

Mientras todas las expectativas giraban en torno al inminente Mundial en Brasil, el Muñeco potenció al equipo ganador que dejó el Pelado Díaz. Poco a poco, con trabajo, capacidad, esfuerzo y disciplina, construyó un River temible, tal vez la versión más completa de su riquísima historia. Combinó buen fútbol con la dosis indispensable de tenacidad e inteligencia táctica, acaso deudas que impidieron una gloria aun más pronunciada en otras épocas. La revolución de Napoleón Gallardo superó todas las expectativas de los más optimistas.

“Vamos a tratar de profundizar lo que se hizo. No hay que conformarse con lo que se ha logrado, un equipo campeón puede ir a más y en eso trabajaremos”, anunció el Muñeco. Cumplió con creces: levantó la Copa Sudamericana 2014 de manera invicta, eliminando a Boca en semifinales. Luego obtuvo la Recopa y nuevamente dejó afuera al eterno rival para después conseguir el deseo de todos: la Libertadores. Formó un grupo de mentalidad ganadora, con personalidad para ser protagonista en cualquier cancha del mundo.

River no pudo frente al Barcelona y, tras ganar la Suruga Bank unos meses antes, atravesó una suerte de meseta futbolística. Un año después de la última conquista, se quedó con la Recopa otra vez para alcanzar el primer bicampeonato internacional en la historia del Millonario. Gallardo, consciente de que había una sola chance de disputar la Libertadores 2017, apuntó a la Copa Argentina: ganó un trofeo inédito.

Ahora, a tres años de asumir, continúa con la misma ambición de siempre. Es el entrenador de mayor vigencia en Primera División e incluso posee un registro similar en lo que va de este siglo para River. A cuatro puntos de la cima con nueve por delante, parece difícil que El Más Grande logre dar la vuelta olímpica, aunque la presencia de Marcelo nos da una esperanza hasta el final: se quitó de encima esa cuenta pendiente de ganar un Superclásico por el torneo local, es candidato en la Copa y representa un orgullo gigante para todos. ¡Gracias, Muñe querido, vamos por más!

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