River jugó un partido brillante y se impuso 3-0 sobre La Academia para lograr la clasificación a los cuartos de final de la Copa Libertadores. El equipo tuvo una actuación tan sólida como eficiente para aprovechar sus chances de gol.
Las sospechas crecieron día tras día, hora tras horas. Todos sabían de qué se trataba, pero nadie quería decir nada para no ‘quemar’ esa hermosa sensación previa a la revancha. Los 391 minutos de sequía en la antesala a un partido decisivo resultaban una excusa ideal para destaparse justo a tiempo. En cualquier otra época esa preocupación hubiera sido contraproducente, pero con Marcelo Gallardo como DT, River es capaz de sepultar todo tipo de temores, todo tipo de situación adversa. Por eso el 3-0 de esta noche es sorpresivo por la diferencia, pero no por la actitud colectiva e individual en una instancia donde el margen de error es mínimo.
Hay muchas razones para explicar el triunfo categórico sobre Racing. River, tal como se esperaba por los antecedentes del Muñeco en estos momentos, supo cómo debía afrontar el partido. Tuvo la inteligencia para elegir cuándo acelerar, dónde atacar, de qué forma lastimar a su rival. Y, sin generar un escenario de miedo, el cuerpo técnico decidió ensayar la definición. Uno de los ejercicios consistió en que un jugador descargara y otro llegara a la carrera para rematar de primera: así ocurrió en Cardales, así se dio para que Lucas Pratto abriera la cuenta luego de un desborde de Gonzalo Montiel, de enorme nivel, abastecido por el colombiano Juan Fernando Quintero.
El trabajo de la semana nuevamente dio sus frutos. La concentración lejos del estadio Monumental aportó la dosis de paz indispensable para preparar un duelo crucial. En la intimidad de Cardales, el DT diseñó una estrategia contundente para doblegar a Racing. Practicó con un 4-3-1-2 que le dio libertad a Quintero en la creación, respaldado por Ignacio Fernández (gran desempeño) y Exequiel Palacios, laderos de Enzo Pérez, el único ‘5’. Ese medio fue netamente superior al que presentó Eduardo Coudet. Hubo juego, personalidad, marca y coherencia para darle el destino indicado al balón.
Palacios, en un contragolpe que surgió por pésimo tiro libre visitante, aumentó la distancia en el marcador. Apenas dos minutos antes, River dejó el esquema inicial para armar un 4-4-2: Quintero y Palacios en las bandas, Nacho Fernández y Pérez, adentro. Cambió el dibujo, pero no la idea ni tampoco esa intensidad que el equipo mantuvo durante toda la noche para pelear en cada sector del campo, en cada acción por más intrascendente que pudiera parecer. El carácter de siempre, más allá de los nombres -sin Leonardo Ponzio, Gonzalo Martínez ni Ignacio Scocco, quien ingresó cerca del cierre- al servicio del triunfo, incluso después de que Rafael Borré, tras un tiro tiro de esquina ejecutado por Fernández, pusiera el 3-0 definitivo.
River le puso punto final a la sequía de un mes exacto. Pasó de no convertir en gol ninguno de sus 43 remates durante ese lapso a señalar tres tantos con sus nueve tiros de esta noche. El compromiso ofensivo fue de todos, así como también a nivel defensivo. Nadie se guardó nada. Todos dieron lo mejor de sí. El equipo fue agresivo para recuperar la pelota y voraz al tenerla, pensando en el arco de enfrente. Fue un conjunto veloz, pragmático, fuerte en el fondo y, como es habitual, con dos intervenciones clave de Franco Armani. Una muestra de semejante firmeza es que el Millonario recibió tan sólo dos goles en sus últimas 18 presentaciones oficiales. Una marca que impone tanto respeto como este River copero de Gallardo.
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