La ausencia de mayor estatura fue un dolor de cabeza, debido a que el primer gol de San José llegó por un error compartido entre Barovero y Urribarri, quienes fallaron en sus respectivas tareas por unos centímetros. El planteo tuvo éxito hasta que la apertura del marcador desmoronó todo y luego llegó el 0-2 definitivo en Oruro.
El fútbol, como la vida misma, está repleta de ironías. River fue víctima de ellas. “No hay que pensar en la altura”, sentenció Marcelo Gallardo, a tan sólo un día de arribar al territorio donde las nubes habitan. Allí, creer o reventar, unos centímetros inclinaron la balanza en favor del conjunto boliviano, cuyo tamaño físico promedio es inferior. Es que el Millonario le hizo frente a las diferentes adversidades que presentan los 3.735 metros sobre el nivel del mar, pero -paradójicamente- la misma altura fue determinante porque a Marcelo Barovero no le alcanzó para capturar un centro, mientras que a Bruno Urribarri tampoco le fue benévola la naturaleza para saltar y evitar que el paraguayo Ángel Orué cabeceara hacia la red.
Fue una injusticia. Desde ya que el deporte más popular del planeta premia al que hace los goles, verdad de perogrullo si las hay, aunque la estrategia de La Banda estuvo cerca de rescatar un punto merecido. A excepción de los minutos iniciales, el equipo del Muñeco soportó la baja presión propia de la zona. Es cierto que, justamente, no logró ejercer su presión futbolística, ésa que causa errores rivales para iniciar los ataques del medio hacia adelante. Sin embargo, con base en una buena circulación del balón -aun con dificultades en la relación fuerza/distancia- y administración inteligente de los espacios, los jugadores del Más Grande realizaron un papel muy digno. Insuficiente, sí, pero la altura pesa en serio.
El sello distintivo de Gonzalo Martínez podría haber torcido el rumbo del partido. A los 31 minutos de la etapa inicial, rompió por el costado izquierdo, previo pase de un Rodrigo Mora tan egoísta para patear como solidario para moverse por todo el frente ofensivo, y sacó un derechazo apenas desviado. Enseguida, desde afuera, también estuvo a punto de ubicar la pelota en un ángulo. El Pity aportó lo suyo, aunque careció de socios. Leonardo Pisculichi aceleró poco. Ni siquiera inquietó mediante la zurda. Carlos Sánchez, de buena labor, fue un mediocampista neto sin protagonismo arriba, en tanto que Camilo Mayada contribuyó a través de su dinámica, aun lejos de pisar las inmediaciones del área con riesgo real.
Parecía que la igualdad en cero se llevaría las tapas de los diarios hasta que un centro desde la izquierda ejecutado por Abdón Reyes hizo que la altura pesara de otra manera. Trapito calculó mal. Los dedos no capturaron la pelota por centímetros. Esos mismos centímetros que le faltan a Urribarri para cerrar como sí lo hubiera hecho Germán Pezzella, ya afuera por una lesión. El golpe no terminó de ser el nocaut. Siete minutos después, con un tiro libre fortísimo, floja reacción de Barovero incluida, Gabriel Valverde aumentó la diferencia. Un 0-2 exagerado para un River que ni siquiera le sacó réditos a la pelota parada -sus seis envíos fueron ganados por San José- ni al remate de media distancia. Así, por culpa de la altura, comenzó de la manera menos deseada en la tan anhelada Copa Libertadores.
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