"Con Gallardo nunca se sabe quién es titular", decía David Martínez el domingo después del triunfo frente a San Lorenzo, cuando volvió al equipo después de una lesión. "El que entra tiene que rendir, es lo que nos dice el entrenador. A mí me tocó jugar de 4 y había que estar a la altura", comentó Robert Rojas después del triunfazo frente a Talleres. Pueden sonar a frases de compromiso, políticamente correctas, pero en el River de Gallardo se aplican 100%.

En el arranque de la actual Liga Profesional, Zuculini, Romero y Carrascal eran parte de los 11. También estaba Montiel, quien se fue con el campeonato comenzado al Sevilla. Julián Álvarez era apenas un recambio que incluso cuando le tocaba jugar en algunas oportunidades lo hacía más retrasado por la derecha. Sólo se trata de unos casos para ejemplificar cómo ha ido mutando el equipo en estas 17 fecha que se llevan disputadas. Y en el banco, el director de la orquesta que elige a los músicos de acuerdo a qué canción quiere tocar. No siempre es el mismo repertorio. Lo adapta a las realidades y a las necesidades.

La interminable racha de lesiones y la programación de partidos en medio de las fechas de Eliminatorias fueron condimentos extra para que el Muñeco tuviera que sortear más escollos a la hora de armar el equipo. Y lo hizo. Aprovechando el momento de cada jugador: reparte chances para el que las merece y hasta juveniles como Santiago Simón, Enzo Fernández, Benjamín Rollheiser y Felipe Peña (más allá de la expulsión en Córdoba) responden cuando les dan la oportunidad.

Este River no tiene figuras como el Pity Martínez, Juanfer Quintero, Nacho Scocco, Exequiel Palacios o Nacho Fernández, por sólo nombrar a algunos de los que fue perdiendo desde Madrid para acá. También se podrían mencionar a Martínez Quarta, Rafa Borré y el propio Montiel que estuvo en las primeras fechas del torneo. Por eso, la receta de Gallardo para estos tiempos en los que hasta se quedó sin Matías Suárez -la gran figura hasta lesionarse- es el pragmatismo. Ser práctico. Sin complicarse y ajustándose a los escenarios que se presentan en cada partido. Con dos referentes fundamentales como Armani, siempre una garantía en el arco, y Enzo Pérez, el corazón de este River.

Un gran ejemplo de que al técnico no se le caen los anillos para amoldarse a la situación es el famoso porcentaje de posesión de pelota: frente a Talleres apenas la tuvo el 31%, mientras que los cordobeses se la adueñaron en el otro 69%. Cifras inversas a las que suele tener River. Pero, claro, quedarse con 10 apenas iniciado el partido obligaba a otra estrategia. El equipo la tuvo, usó otra receta y también le sirvió para ganar.

 

Seguramente este plantel no lucirá como cuando el River de Ramón Díaz empezaba a tocar la pelota entre Francescoli, Monserrat, Sorin, Ortega, Salas y hasta el propio Gallardo. Pero si tiene que meter, mete. Si tiene que contragolpear, contragolpea. Si tiene que acelerar, acelera. Y en eso también hay lucimiento. Es un equipo con muchas armas, como todos los del Muñeco, pero que hace recordar a los primeros del 2014 y 2015 que también iba encontrando los momentos de cada futbolista para exprimir al máximo a cada uno.

El triunfo frente a Talleres marcó otro momento top de un River que futbolísticamente está por encima del resto de los equipos argentinos. Hoy lo demuestra en la tabla de posiciones también con una diferencia que invita a ilusionarse. Pero, como dijo Enzo Pérez, todavía faltan ocho finales para conseguir el gran objetivo y dar la vuelta olímpica. De lo que no hay dudas es que otra vez el Muñeco armó un equipo que les infla el pecho a los hinchas.